Partiendo de Fiambalá, cruzando Saujil y Medanitos, nos dirigimos un día más al inmenso desierto de arena fina que precede al igualmente inhóspito cerro. Esta vez marchamos sobre ruedas, de modo que buscamos dunas más lejanas y altas que nos lo pongan difícil.

La sensación de conducir una moto en un paraje como éste es ciertamente brutal, pero la pena es que el tiempo no acompaña en absoluto y está incomodando mucho la jornada. El viento es fuerte y no da tregua, pequeños tornados levantan enormes nubes de arena que penetra por el más mínimo resquicio haciendo que todo pique.

La tormenta que nos está poniendo a prueba es resultado de lo que los locales llaman Viento Zonda. Ocurre cuando las masas de aire frío provenientes de La Antártida chocan contra las masas de aire cálido de la zona. El viento azota con fuerza y el ambiente se vuelve totalmente plomizo, pesado; baja la tensión e incluso puede provocar dolor agudo de cabeza.

La pista que une los últimos poblados situados en la mitad de este medio tan hostil está totalmente cubierta, aunque en realidad poco nos importa, porque la abandonaremos enseguida para adentrarnos en los dominios del Rally Dakar. Estos días atrás hemos sido testigos del gran número de gente que atrae el ‘turismo de las dunas’. Algunos se acercan con su propio vehículo 4×4, otros muchos optan por alquilar motos, y también hay quien prefiere subirse a una tabla de madera con fijaciones para ‘surfear’ sobre la arena. Provienen en su mayoría de otras comarcas de Argentina, aunque también nos hemos topado con muchos europeos. Según nos cuentan los locales, es más que habitual que entre los aventureros se cuele algún inexperto que acaba trabado o perdido en mitad del desierto, a la espera de un rescate (o un milagro).

Nosotros contamos con un buen guía, Emanuel. Conoce esto como la palma de su mano y está decidido a que disfrutemos como críos. Conseguido.

Una curiosidad unida a estas dunas: algunos cosecheros afirman que los viñedos han contribuido a su crecimiento, y es que la viticultura se instaló hace ya años en estas tierras de altura. Aunque muy rudimentario, el sistema de regadío ha desviado y concentrado las aguas en estas plantaciones, y con ello los sedimentos que arrastra la corriente. El viento levanta estos sedimentos y los traslada, al parecer, a las dunas.