Ya teníamos ganas de cambiar de escenario. Por fin en “el cerro”.

Dado que no contamos con demasiados días, nos decantamos por un plan que a priori parece sencillo y factible: hemos pensado en la doble ascensión al San Francisco (6.016m) y al Incahuasi (6.638m). El primero es un pico fácil y muy frecuentado tanto por los aficionados de la zona como por los turistas; su cercanía a la carretera que une las aduanas de Argentina y Chile la hace especialmente accesible. El volcán Incahuasi (en quechua: ‘casa del Inca’) es igualmente sencillo, pero su situación, algo más alejado de la carretera, lo vuelve más solitario. Aunque, en realidad, todo es tremendamente solitario aquí.

Pasamos la noche en uno de los varios refugios construidos al borde de la carretera, a unos 4.000 metros de altura. La pernocta nos sirve de aclimatación, y poco a poco nos vamos habituando al frío, el viento (no para) y el ambiente característicamente seco. Bien temprano por la mañana, apagamos el fuego, arrancamos el coche y nos dirigimos hacia la frontera; queremos cruzar a la parte chilena para acceder a la base del San Francisco.

Pero… malas noticias: la gendarmería nos informa que la frontera está cerrada y que desconocen cuándo les permitirán abrirla. Al parecer, la muerte de un montañero indio en Abril y en esta misma zona ha alterado los ánimos a ambos lados y todavía no han establecido nuevas normas de actuación. En definitiva, todavía no saben cómo gestionar el goteo de montañeros, y por el momento se limitan a no dejar pasar.

De modo que nos vemos obligados a diseñar un plan B, y nos decantamos por una travesía de tres días, a una altura media de 4.500–5.000 metros. Y no nos arrepentimos. Qué gozada, qué paisajes tan alucinantes; es al mismo tiempo excitante e inquietante sentirse tan pequeño en la inmensidad. Durante tres días y tres noches, sólo las vicuñas (especie endémica parecida al guanaco, muy apreciada por su lana) han sido testigos de nuestros pasos. Hemos caminado sobre arena, sobre pedreras, hemos cruzado riachuelos, hemos pisado nieve, hemos atravesado un enorme salar de unos 20 kilómetros, hemos pasado frío, el calor más asfixiante… una experiencia bien bonita y de sobra recomendable para los que tengáis en mente acercaros por aquí.