Esto no es un adiós, es un hasta luego. El Everest no ha querido que este año conquistemos su corazón, pero lo que tengo claro es que a mí sí que me ha robado el corazón. Sueño, cada día, desde el 25 de diciembre que salimos de casa, con llegar a esos 8848 metros que nos separan del cielo, pero la avaricia no sirve de nada en la montaña. Nunca hay que ir en contra de la naturaleza; eso es algo que he aprendido durante toda mi carrera en la que he vivido momentos muy difíciles: si no quieres que la montaña acabe contigo, no intentes someterla; respétala y cuídala.

Aunque yo me sienta muy fuerte física y psicológicamente, el invierno no ha dado tregua, el fuerte viento nos tiraba al suelo y la previsión para los próximas días es terrorífica. Sin embargo, no hay duda de que ha sido la expedición más especial de mi vida: me he llegado a sorprender conmigo mismo, y por la gran expectación creada entorno a esta expedición y al mundo de la montaña y el alpinismo en general. Me emociono solo de pensarlo. Y por supuesto, sin ninguna duda, la guinda del pastel sois todos vosotr@s, que os he sentido en cada minuto como si fueseis mi familia, apoyándome en cada logro y en cada momento complicado. Os prometo que volveré a esta montaña que me ha robado el corazón de la manera más pura. Os quiero.