Los que me conocen saben de sobra la importancia que le doy al cuidado del medioambiente. Es más, los que me acompañan en mis últimas expediciones han sido testigos de que en este tema soy inflexible: es nuestra obligación cuidar la naturaleza. Es por esto que, por ejemplo, no les permito subir botellas de plástico en nuestras aventuras y expediciones. Y si se me escapa alguna, pueden dar por hecho que la van a volver a bajar de nuevo hasta abajo y depositarla donde es debido. Soy consciente que puedo ser pesado e intransigente pero mi compromiso me hace actuar de esta manera.

Desde hace varios años me gusta involucrarme en proyectos que ayuden a nuestro planeta. O que, por lo menos, hagan que nuestro paso por la tierra deje la menor huella posible. Ya la hemos castigado demasiado durante muchos años. Además, trato de que mis expediciones tengan un fuerte carácter sostenible. Por seguir con el ejemplo del agua, en vez de subir bidones, lo que hacemos es tratar el agua que nos proporcionan la nieve o el hielo.

Creedme, no hago todo esto porque esté de moda. Como digo, es algo que llevo muy dentro. Me enseñaron en casa a cuidar la naturaleza y la importancia que tiene ayudar al que más lo necesita y lo hago de la mejor manera que sé. Muchas veces, cuando voy a los montes cercanos a mi pueblo (Anboto, Mugarra, Gorbea…), dejo de entrenar para empezar a recoger todos los plásticos que veo a mi alrededor. Acabo siempre bajando con unos kilos de basura que han dejado otras personas. Es algo que me sale de dentro. Me duelen los ojos cuando veo basura en el monte.

Este compromiso personal ha hecho que surjan alianzas de manera muy natural con el ENTE VASCO DE LA ENERGÍA y la Fundación EKI. Entidades con las que comparto visión y valores, como esos amigos con los que con tan solo una mirada lo dices todo.

 

Lo que hace Fundación EKI es tremendamente interesante. Quedé enamorado cuando hace ya varios años me hablaron del proyecto. Por resumirlo en pocas palabras, centran sus esfuerzos en suministrar fuentes de energía eléctrica autónoma (principalmente solar fotovoltaica) a centros educativos, de salud, y de interés social en países en vías de desarrollo, sobre todo en África. Lo hacen desde 2017. Y es que en el planeta todavía hay, según me contaron ellos mismos, más de 1.000 millones de personas -una de cada siete- sin acceso a la electricidad, de las que 600 millones viven en el África Subsahariana. Muy duro.

En cuanto a la expedición de este año, tal y como lo hicieron cuando fuimos al Everest en 2019-2020, Fundación EKI nos ha proporcionado placas solares que nos permiten no tener problemas de suministro energético en campo base. Aprovechamos la luz del sol y estas placas para abastecernos al 100%, sin necesidad de generadores de energía (y combustibles). Aquí arriba utilizamos muchos dispositivos que necesitan energía: baterías, teléfonos, radios, ordenadores, estaciones meteorológicas, drones… pues bien, no vamos a emplear ni un litro de combustible. Algo de lo que estamos muy orgullosos.

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