Félix Criado, Íñigo Gutiérrez, Paqui Vicedo e Iker Mediavilla descansan en un hotel de Kathmandú. No es sorprendente que estén fatigados después de completar en coche el trayecto desde España, a lo largo de 14.453km, 30 días, 12 países y una experiencia irrepetible.

Han llegado justo a tiempo para unirse, el diez de enero, a la expedición de Alex Txikon que en unos días intentará ascender el Ama Dablam (6.848m) en pleno invierno himaláyico. Sin embargo, en algunos momentos llegaron a pensar que no lo conseguirían, ya que la expedición se ha enfrentado a algunos contratiempos serios. El principal, cuando les denegaron la entrada a Irán porque el Isuzu que conducían estaba a nombre de una empresa y no en el de uno de ellos. Perdieron días y casi mil kilómetros buscando en Turquía una ciudad con consulado donde obtener un documento acreditativo. Ya en el país persa, tuvieron que recurrir a la amabilidad de los locales para repostar, porque el combustible no se puede pagar en efectivo, sino canjearlo con una tarjeta. “Solucionado ese aspecto, nos las prometíamos muy felices, pero entonces llegó Pakistán,” dice Iker.

“Allí – continúa — tuvimos que atravesar Baluchistán, donde los extranjeros corren el riesgo de ser secuestrados y nos hicieron ir siempre acompañados por un vehículo de escolta.”

“El problema es que las escoltas circulaban lentísimas, a 20 o 30 kilómetros por hora, para ahorrar combustible, y que se turnaban cada pocos kilómetros, por lo que teníamos que esperar continuamente,” añade Félix. “Eso, junto a un cambio de ruta, y ver que los días pasaban, fue psicológicamente muy duro.” Tampoco ayudó la imposibilidad de encontrar una tarjeta SIM que les permitiera la conexión a internet y, con ella, acceder a información sobre el tráfico, hoteles, usar el traductor para entenderse con los locales, que normalmente no hablan inglés, etc.

El equipo esperaba llegar a Islamabad el 28 de diciembre pero no alcanzó la capital de Pakistán hasta el 5 de enero. Por ello, desde ese momento se autoimpusieron una rutina durísima de conducir, comer, dormir y volver a conducir, siempre por turnos al volante, sin pausa ni desvíos. “No hemos visto nada de Pakistán ni de India, íbamos como transportistas.” lamentan.

Otro problema han sido dos reventones de rueda, uno de ellos en autopista, el estrés hasta que encontraron ruedas de repuesto, y la conducción en algunos tramos. “Sobre todo en India: ahí la gente conduce de manera temeraria, y las carreteras están en muy mal estado, por lo que circular, sobre todo de noche, era tremendo,” dice Félix. “Percances por suerte no hemos tenido, pero sustos, sustos hemos tenido unos cuantos.”

Otra experiencia ha sido la gestión del equipo, tras tantos días encerrados en el vehículo y sin parar. “Hemos ido discutiendo por turnos: Yo con Íñigo, él con Paqui, Paqui con Félix, hasta completar todas las combinaciones,” bromea Iker. “Eso, en realidad, ha sido lo bueno: que cuando ha habido problemas lo hemos discutido, hemos celebrado reuniones de equipo cuando alguien se ha sentido mal, y hemos terminado un viaje que empezamos sin conocernos, siendo grandes amigos.”

“Si gestionar el equipo ha sido lo mejor, o más importante del viaje ha sido poder entregar la ayuda humanitaria en Islamabad a Alí, el maestro de Askole, y así intentar mejorar un poco la vida de esta comunidad,” asegura Félix.

Además, la tonelada que pesan los hornos solares (fabricados con apoyo del Ente Vasco de la Energía), paneles solares con bombillas de bajo consumo (donadas por la fundación EKI), el material escolar y ropa de abrigo recogidas por Asociación de Montañeros Independientes de la Coruña, un cargamento de comida para la expedición, más el material de escalada recogido en Pakistan y procedente de la anterior expedición de Alex Txikon, han ahorrado al medio ambiente aproximadamente 3.755 kg de CO2, comparado con la huella de carbono que habría tenido transportar todo eso en avión.

“Es que lo mejor es la gente que hemos encontrado,” aseguran todos. En concreto, guardan un recuerdo especialmente bueno de Irán, donde han encontrado un pueblo extraordinariamente amable y hospitalario. “Lo que dicen las noticias, lo que nos cuentan de esos países… es erróneo,” asegura Félix. “Yo me he dado cuenta de que tenía prejuicios, que creía que no los tenía, y he aprendido que estaba equivocado,” reconoce Iker. “Nadie nos ha puesto una mala cara, nos han dado lo que han podido, incluso gente viviendo en condiciones muy difíciles, y eso nos ha impactado y nos ha alegrado aún más poder dar algo de ayuda a nuestro paso.” A Paqui solo le ha entristecido comprobar la situación de las mujeres en Pakistán, a las que no ha visto ni por la calle. “Bueno, también hay gente mala en todas partes,” tercia Íñigo. “Pero ahí está ese aprendizaje que te da viajar y te ayuda a ver de quien te puedes fiar y a quien es mejor tratar de evitar; es también parte de la aventura.”

En cuanto a si repetirían la aventura o la recomendarían, ninguno lo duda, pero todos apuntan a una condición: “hay que ir con más tiempo que nosotros, para ver más cosas, empaparse más del viaje, y no tener el estrés de una fecha límite.” Como apunta Fékix: “Pero incluso si las condiciones no son las mejores, viajar es la mejor lección de vida que se puede tener: ¡hay que viajar siempre!”

Hablando de viajes, ahora lo que todos necesitan es ejercitar las piernas tras un mes conduciendo y disfrutar de espacios abiertos y silenciosos. La mala noticia es que Íñigo no ha podido conseguir el dinero necesario para el permiso de ascensión, y no podrá cumplir su sueño de escalar el Ama Dablam. “Bueno,” se resigna. ”Al menos podré disfrutar del trekking.” Iker y Paqui también le acompañarán en esta parte de su aventura cuando lleguen al Camp Base, tras despedir a Félix, regresarán los tres a casa, esta vez en avión, pero con billete sólo de ida.